El pasado sábado 1º de diciembre fue juramentado Andrés Manuel López Obrador como presidente de los Estados Unidos Mexicanos para el periodo 2018-2024. Su compromiso fundamental es que la nación azteca experimentará un cambio histórico a través de lo que él ha denominado como cuarta transformación.
López Obrador llega al solio presidencial mexicano luego de una victoria electoral avasallante, en julio de este año, en la que, a través del Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) y sus aliados, conquistó más de 30 millones de votos y un 53% de los sufragantes.
Eso constituye el mayor nivel de legitimación en la política mexicana durante las últimas décadas.
No obstante, el proceso electoral estuvo precedido de mucha incertidumbre. Más de 130 actores políticos fueron asesinados, de los cuales cerca de 50 ostentaban la condición de candidatos para uno de los cargos de elección popular.
Semejante nivel de violencia política durante un proceso electoral nunca había tenido lugar en México u otra nación latinoamericana.
Las razones para la ocurrencia de esos hechos fueron diversas, pero en la generalidad de los casos se debió a la participación del crimen organizado, que disputaba a nivel local el control de territorios a través de la conquista de cargos públicos.
En términos electorales, las fuerzas políticas se organizaron en tres grandes coaliciones: la del oficialismo, Todos por México, integrada por el Partido Revolucionario Institucional (PRI); el Partido Nueva Alianza (PANAL); y el Partido Verde Ecologista (PVEM), cuyo candidato era José Antonio Meade, un destacado economista sin ninguna militancia política.
Una segunda coalición, Por México al Frente, de centro-derecha, que llevó como candidato a Ricardo Anaya, un notable orador, estaba compuesta por el Partido Acción Nacional (PAN); el Partido de la Revolución Democrática (PRD); y el Movimiento Ciudadano.
La tercera, Juntos Haremos Historia, de tendencia progresista, formada por el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA); el Partido del Trabajo (PT) y el Partido Encuentro Social (PES).
Desde el primer momento, el tono de la campaña estuvo orientado hacia el cambio. Imperaba un sentimiento contrario al gobierno.
El nivel de apoyo del presidente Enrique Peña Nieto se había desplomado a uno de los más bajos de todos los tiempos.
La inseguridad ciudadana, el tráfico ilícito de drogas, la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, la corrupción desbordada de varios gobernadores, la persistencia de la pobreza, la falta de empleos, el estancamiento del salario, la improductividad de la producción agrícola, la falta de vivienda, la desigualdad social y la incapacidad de respuesta a las humillaciones inferidas por Donald Trump al sentimiento patriótico mexicano, hundieron al oficialismo en el pantano cenagoso del rechazo popular.
Ascenso de AMLO
A pesar de su triunfo arrollador, era la tercera vez, sin embargo, que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se postulaba para la presidencia de un país que tuvo una historia milenaria antes de la llegada de los conquistadores europeos.
La primera vez fue en el 2006, cuando se enfrentó al candidato del PAN, Felipe Calderón, quien lo venció, de un electorado de 42 millones de personas, por la magra diferencia de 250 mil votos, equivalentes a tan solo el 0.56% de los sufragios.
Eso generó una crisis dramática, la cual se prolongó por tiempo indefinido, provocando una desconfianza crónica en los procesos electorales mexicanos y un malestar social que solo se fue incrementando en el tiempo.
Paradójicamente, López Obrador provenía inicialmente de las filas del PRI, el cual dominó la escena política mexicana durante más de 70 años.
En oposición a la forma en que se escogían sus candidatos presidenciales, que era a través del llamado “dedazo”; y de la política neoliberal aplicada por el gobierno del presidente Miguel de la Madrid, en 1988, formó junto a Cuauhtémoc Cárdenas (hijo del general Lázaro Cárdenas), Porfirio Muñoz Ledo y otros dirigentes, la Corriente Democrática.
Ese mismo año, la Corriente Democrática dio paso a la creación del Frente Democrático Nacional (FDN), una alianza de pequeños partidos de izquierda que apoyó las candidaturas de Cárdenas a la presidencia y de López Obrador a la gobernación de Tabasco.
Al año siguiente, en 1989, el FDN se convirtió en el Partido de la Revolución Democrática (PRD), de la que el actual presidente mexicano pasó a integrar su equipo de dirección.
López Obrador no tuvo éxito en su aspiración a la gobernación de Tabasco en el 1988. Tampoco lo tuvo en 1994 cuando, al igual que en la ocasión previa, alegó la comisión de fraude en su perjuicio, organizando caminatas y caravanas de protesta por distintas partes del territorio nacional.
En el 2000 fue que definitivamente el actual líder de MORENA conquistó la mayoría electoral para alcanzar la jefatura de gobierno en la Ciudad de México.
Su trabajo al frente de la capital del país fue de tal magnitud que, al término de su mandato, alcanzó el 85% de aprobación por parte de sus ciudadanos.
Desde luego, el 2000 sería un año clave en la historia política mexicana contemporánea. Después de 71 años de dominio hegemónico en el escenario político del país, como hemos indicado, finalmente se produjo la transición democrática con el triunfo electoral del candidato del Partido Acción Nacional (PAN), Vicente Fox.
En el 2006 se presentó la crisis electoral en la que AMLO, como es popularmente conocido López Obrador en su país, fue vencido por Felipe Calderón, como hemos señalado.
Debido a las frustraciones dejadas por los dos gobiernos sucesivos del PAN, en el 2012, el PRI volvió a la conquista del poder, con la candidatura de Enrique Peña Nieto, que esta vez derrotó a López Obrador con un margen mayor que en el certamen anterior, cercano a los 4 millones de votantes.
La cuarta transformación Desde la ruptura en el PRI, en el 1988, hasta su reciente triunfo de este año, a Andrés Manuel López Obrador le tomó 30 años y tres intentos para conquistar la cima del poder político en México. Su éxito se explica, entre otras razones, por su tenacidad y obstinación, así como por el desencanto acumulado en la población del país, tanto de los gobiernos del PRI como del PAN, al no haber podido promover un crecimiento productivo con equidad, garantizar la seguridad y aplicar políticas orientadas hacia la justicia social.
Con su toma de posesión el pasado sábado 1º de diciembre, como nuevo presidente de los mexicanos, AMLO ha suscitado grandes expectativas. Durante sus largos cinco meses como presidente electo, ya ha adelantado algunas medidas que en cierta forma pueden trazar su perfil y estilo de gobierno.
Anunció que vendería el avión presidencial; que disminuiría su salario en un 60%,al igual que el de los altos funcionarios del gobierno; que eliminaría la pensión de los expresidentes; y que propondría la realización de consultas populares para la toma de importantes decisiones.
De hecho, ya realizó la primera de dichas consultas. En efecto, mediante la participación de algo más de un millón de votantes, equivalentes al 1.22% del universo electoral, se estableció la suspensión de la construcción de un aeropuerto en la ciudad de México que llevaba el 33% de su realización, con una inversión de más de 5 mil millones de dólares.
En la historia de esa gran nación, que son los Estados Unidos Mexicanos se ha pasado por lo que algunos historiadores llaman como “las tres grandes transformaciones”, las cuales se refieren, en primer lugar, a la independencia nacional, lograda en el 1810, bajo la inspiración de los curas Hidalgo y Morelos, que implicó la ruptura de un orden colonial impuesto por más de 300 años.
La segunda apunta hacia el derrocamiento de la dictadura de Santa Anna; la realización de la Reforma, mediante la Proclamación de la Constitución Liberal de 1857; la aplicación del Plan de Ayutla; la separación de Estado e Iglesia; y la instauración del gobierno de Benito Juárez.
La tercera transformación, desde luego, es la relacionada con la revolución del 1910, que echó por tierra los remanentes del Porfiriato; promovió la democracia de Francisco I. Madero e incentivó los movimientos agrarios radicales de Pancho Villa y Emiliano Zapata.
López Obrador aspira a encarnar lo que él denomina como la Cuarta Transformación en la Historia de México.
Una transformación que deberá consistir, entre otros factores, en la consolidación de un Estado Social de Derecho, garante de la seguridad de los ciudadanos; el reforzamiento del sistema judicial; la transparencia en la administración de fondos públicos; el crecimiento económico; la distribución equitativa de la riqueza; y la implementación de políticas laborales y sociales favorables a los sectores tradicionalmente excluidos por las élites gobernantes.
Con su reciente triunfo electoral, apoyado en un partido creado hace tan solo 7 años, la democracia electoral se amplió en México y las esperanzas de cambio se han extendido a núcleos importantes de la sociedad.
A pesar de haber obtenido algo más del 53% de los votos, la sociedad mexicana, sin embargo, se encuentra hoy polarizada.
Por consiguiente, otro segmento importante de la población aún permanece escéptico y desconfiado.
En ese contexto, vale preguntar: ¿Representará Andrés Manuel López Obrador la Cuarta Transformación de la Historia Méxicana, como lo ha prometido? Esperamos que así sea, para beneficio de todos los mexicanos.
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